Hay lugares donde cruzar un río es un acto de valentía.
En Urrao, sobre el caudal del río Penderisco, existe un puente al que todos conocen como “El Infierno”. Un nombre duro, nacido del miedo, de las tablas viejas, del vacío y de las historias que nadie quisiera contar: personas que han caído, vidas que se han perdido, un niño que no volvió a casa.
Para cientos de familias de la vereda Las Cruces, este puente ha sido durante años la única forma de llegar a la escuela, de llevar alimentos, de conectar con el resto del territorio. También ha sido una frontera peligrosa entre el deseo de avanzar y el temor de no regresar.
Hoy, esa historia empieza a cambiar.
Gracias al compromiso de la comunidad, a la financiación de Fraternidad Medellín, la gerencia técnica de la Fundación Berta Martínez, la construcción de la Fundación Puentes de Esperanza —especialistas en puentes rurales de alta durabilidad— y al apoyo de la Alcaldía de Urrao el Puente del Infierno será reconstruido. Una decisión que nace del convencimiento de que la educación, la seguridad y la vida no pueden depender del riesgo, y de que ningún niño debería aprender a cruzar el miedo para llegar a estudiar.
Será un puente diseñado no solo para peatones, sino también para el paso de mulas con carga, indispensable para las obras educativas que vendrán.
Y es que este no es un esfuerzo aislado. En 2026, gracias al Convenio de Infraestructura Educativa entre la Gobernación de Antioquia, Fraternidad Medellín y la Fundación Berta Martínez, construiremos cuatro sedes educativas en Urrao, entre ellas la sede La Esperanza, ubicada precisamente en esta vereda. Priorizar este puente es priorizar la vida antes de levantar paredes, es entender que no hay educación posible si el camino para llegar pone en riesgo a la comunidad.
El valor del puente asciende a $267 millones, pero su impacto es incalculable: significa trayectos seguros, acceso digno, tranquilidad para las familias y un futuro que ya no se tambalea sobre tablas rotas.
En Fraternidad Medellín creemos que construir también es cuidar. Que a veces, antes de abrir un salón de clase, hay que abrir un camino. Que los puentes no solo unen orillas: unen oportunidades, protegen vidas y devuelven la confianza.
Muy pronto, en Urrao, el “puente del infierno” dejará de llamarse así.
Porque cuando una comunidad puede volver a pasar sin miedo, el futuro empieza a sentirse posible.