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El Nido: donde nacen los sueños y el arte se convierte en refugio. 

Desde 2014, en la Fundación Fraternidad Medellín tenemos el privilegio de acompañar y apoyar a la Asociación Cultural El Nido, un proyecto que nace luego de conocer la necesidad educativa de un grupo de niños de la primera infancia habitantes de la vereda la Sonadora, del Carmen de Viboral, Antioquia, los cuales carecían de posibilidades para asistir al preescolar. Basado en la pedagogía Waldorf, les brinda a los niños un proceso continuo e integral en su desarrollo y educación. 

El Nido es, como su nombre lo evidencia, un espacio para resguardar y cuidar. Allí, niños, niñas, jóvenes y familias enteras descubren la capacidad de imprimir propósito y dirección a su futuro a través herramientas como la pintura, la música, el teatro, la danza y las artes plásticas.  

Karen Henao, a sus 19 años, reconoce en El Nido uno de los tesoros más grandes de su vida. Llegó ahí cuando apenas era una niña gracias a una vecina del Carmen de Viboral que le contó a su familia sobre el inicio de la Corporación en este municipio y fue una de las primeras alumnas. Allí hizo jardín, estuvo en clases de música guitarra, violín, coro y aprendió sobre tejidos.  

Avanzó en sus estudios en la IER Santa María y nunca dejó su Nido. Sin embargo, un nuevo protagonista entró a su vida. Supo, gracias a sus profesores, que fue la Fundación Fraternidad Medellín quien había hecho una gran obra en su colegio y que seguirían acompañándolos en varios programas de mejoramiento de la educación. Ella iniciaba 9 grado y con él, un nuevo programa de Orientación Socio Ocupacional operado por la Corporación Pan y financiado también por Fraternidad Medellín. Durante 3 años los sicólogos, le ayudaron a encaminar sus fortalezas para definir lo que ella realmente quería, y uno de ellos, Juan David, le habló del Fondo de Becas Fraternidad, la acompañó en el proceso y le dio la gran noticia: gracias a su excelencia académica y a que había cumplido con todos los requisitos tenía una beca de educación superior. 

Ahora Karen estudia arquitectura en la Universidad Santo Tomás y su voz es un eco de esperanza, de felicidad y de gratitud.  “Yo quisiera que todos los jóvenes supieran que es posible estudiar y ser lo que uno quiere ser. Existen fundaciones, como Fraternidad Medellín que apoyan los sueños. No se necesitan roscas, solo empeño, ganas y esfuerzo”. 

Karen nunca se ha ido de El Nido. Cuando sus estudios se lo permiten, va a visitarlos y recuerda con inmensa felicidad su paso por ahí. Ahora, además, encuentra en la palabra Fraternidad un sinónimo de felicidad, porque gracias a ella hoy es quien quiere ser. Entonces es imposible no emocionarse por poder apoyar estos espacios que tejen comunidad y abren horizontes.  

Sin duda El Nido es un recordatorio de que cuando se acompañan los sueños con afecto y confianza, los resultados van más allá de lo esperado: se convierten en esperanza viva para todo un territorio. 

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